martes, 5 de julio de 2016

No One...

He decidido pasar por la vida de puntillas, sin hacer ruido. He resuelto evitar en lo posible llamar la atención. Pasar desapercibido es mi preocupación constante. No busco notoriedad, ni fama, ni relevancia. Procuro camuflarme en la masa, disolverme en el grupo. Me gusta ‘no estar’, que no se repare en mí, que las miradas ajenas se escurran y encuentren otro lugar donde posarse. Siempre he temido ser señalado, cada vez que oigo mi nombre, se me pone la carne de gallina; experimento incluso un tic recurrente, una contracción involuntaria del párpado izquierdo que se ha ido acentuando con el paso de los años. De niño detestaba ser elegido entre mis compañeros. Ahora realmente lo aborrezco. En la oficina procuro ser invisible, mimético; lo cual es bastante complicado cuando se mide un metro noventa y cinco y se portan unas gafas de culo de botella de casi diez dioptrías.
Soy lo que ustedes llaman una persona gris. Ese es probablemente el calificativo que usarán. Algunos de ustedes, los más atrevidos, dirán incluso que soy 'un mediocre'. Allá ustedes. Yo no me considero como tal; creo que soy algo reservado, sí, pero ante todo, circunspecto, educado y muy respetuoso. Detesto la palabra mediocre, tiene una connotación triste y unificada que no me encaja. No creo ser monótono, quizá un poco rutinario en ocasiones, algo inseguro probablemente, átono tal vez.  Pero no monótono.
Visto prudentemente, sin utilizar colores vivos, pero nunca demasiado oscuros o neutros, porque podría resultar igualmente extravagante o anodino, y por tanto ser motivo de comentarios. Hablo con mesura, pausadamente y sin elevar demasiado el tono de voz, ni siquiera cuando me altero (lo cual ocurre realmente muy pocas veces). Camino sosegadamente, sin marcar las pisadas y apoyando sólo levemente el talón para que no haga ruido. Talón - punta - talón, casi deslizándome por el suelo con mis zapatos de suela de goma de imitación de manufactura inglesa, pero en realidad comprados en una modesta zapatería de barrio. Rehúso los problemas y procuro no creárselos a nadie. Al menos lo procuro. He decidido no querer demasiado, pero tampoco ser demasiado considerado, para que nadie me extrañe cuando ya no esté. Yo tampoco deseo echar de menos a nadie en particular.
No, no me califiquen de egoísta y concluyan que no pienso en los demás, en mi familia, en mi círculo más íntimo porque en realidad...no lo tengo. Jamás he tenido un mejor amigo, ni una pandilla, ni siquiera un grupo de allegados o conocidos. He sido siempre un solitario, por voluntad y por convicción.
Soy huérfano de padre y madre desde mi adolescencia. Ellos también eran extremadamente discretos, el perfecto matrimonio, aparentemente modélico y bien avenido. Pasaban desapercibidos en cualquier situación, evento o reunión. En mis cumpleaños nunca estaban presentes. En los de mi hermana, tampoco. Jamás acudieron a una reunión de la asociación de padres de alumnos en la escuela. El día que fallecieron en la carretera lo hicieron tan veladamente que nos costó casi dos días y medio dar con el hospital donde guardaban los cuerpos, porque no sabíamos a dónde se dirigían ni cuando regresarían. Nunca lo comentaban, simplemente se ausentaban y nos dejaban preparado todo lo que pudiéramos necesitar: comida, algo de dinero y un listado de teléfonos de emergencia. La guardia civil no fue capaz de identificarlos ya que no portaban ningún tipo de documentación. Únicamente la placa dental reveló la identidad de mi madre; se había visto obligada a hacérsela unos meses antes con el fin de que le pudieran fabricar los implantes de cerámica que sustituirían los dos dientes que perdió en un accidente previo (eran, como digo, muy discretos, pero conducían fatal).
Ah sí, mi hermana.  Ella se esfumó, discretamente claro, un mes de noviembre de hace cinco años. En la televisión se ven tantos casos de violencia doméstica que quedan sin resolver porque nunca se descubre el motivo o el autor de la desaparición que al principio pensé que fue su novio el que la había 'volatilizado'. Pero esta ausencia en concreto no tuvo ninguna repercusión mediática, ni siquiera una reseña en el periódico gratuito del suburbano, ni un comentario pasajero en el telediario de la mañana. Por lo cual me pareció que era todo muy de su estilo, propio de su carácter, del de la familia; el pasar totalmente desapercibida y no causar ni pena ni recuerdo, ni nostalgia ni desdicha. Ausentarse de modo permanente y sin que nadie te eche de menos, eso sí que es ser discreto de verdad. Tanto fue así que se la dio definitivamente por desaparecida un lunes por la tarde, y el jueves siguiente su novio, dando por superada la carencia, ya se había comprometido con otra chica.
(Continuará...)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

sombra de ayer